jueves, 21 de enero de 2010

Carta de Klingsor a Edith (Herman Hesse)

Querida estrella del cielo de verano:



¡Qué bello y qué cierto es lo que me has escrito! ¡Y con cuánto dolor me llama tu amor, como una pena eterna, como un eterno reproche!. Pero vas por buen camino si me confiesas a mí y te confiesas a ti misma cada sentimiento de tu corazón. ¡Nunca digas que un sentimiento es pequeño o indigno!. Todos son buenos, muy buenos, incluso el odio, la envidia, los celos, la crueldad. Vivimos sólo de nuestros pobres, bellos y maravillosos sentimientos, y cada vez que somos injustos con alguno de ellos, apagamos una estrella.


No sé si amo a Gina. Lo dudo mucho. No haría ningún sacrificio por ella. En realidad, ni siquiera sé si soy capaz de amar. Puedo desear y puedo buscarme en otras personas, intentar encontrar eco, anhelar un espejo, buscar placer, y todo eso puede parecer amor.


Nosotros dos, tú y yo, estamos en el mismo laberinto, en el jardín de nuestros sentimientos, que se han quedado insatisfechos en este mundo horrible, y nos vengamos de este mundo cruel cada uno a su manera. Pero queremos mantener vivo algún sueño, porque sabemos cuán rojo y dulce es el vino de los sueños.


Los únicos que tienen claros sus sentimientos, el alcance y las consecuencias de sus actos son las personas buenas, seguras, que creen en la vida y no dan ningún paso que no puedan aprobar también mañana y piensa que cada día es el último.


Querida y esbelta mujer, intento expresar mis sentimientos, pero es inútil. ¡Los pensamientos que se expresan parecen siempre muertos! ¡Dejémoslos vivir! Siento profundamente que me comprendes, que algo en tí me es afín, y lo agradezco. No sé cómo se apuntará eso en el libro de la vida, no sé si lo que sentimos es amor, voluptuosidad, gratitud o compasión, no sé si son sentimientos maternales o infantiles. Muchas veces todas las mujeres me parecen viejas y astutas libertinas; muchas otras, niñas pequeñas. Muchas veces la que más me seduce es las más casta; otras, las más lozana. Todo lo que soy capaz de amar es bello, sagrado, infinitamente bueno. Pero es imposible saber por qué, cuánto tiempo, en qué medida.


No te quiero sólo a ti, ya lo sabes. Tampoco quiero sólo a Gina. Mañana amaré otras imágenes, pintaré otras imágenes, y pasado mañana, otras. Pero no me arrepentiré de ningún amor que haya sentido ni de ninguna cosa sabia o estúpida que haya hecho por su causa. Quizá te quiero porque te pareces a mí.
A otras las quiero por ser tan distintas de mí.

Es muy tarde, la luna brilla sobre el Salute ¡Cómo ríe la vida, cómo ríe la muerte!.
Arroja ahora esta estúpida carta, y a mí con ella.




Klingsor


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