Y tengo cuatro horas para ducharme, hacer la maleta, llamar al sueño en una siesta de las dos de la madrugada, y tomar mi avión a Italia, a una de esas ciudades perdidas que nadie sabe donde queda, y mañana me las veré de como llego porque no he mirado ni los trenes. Cansada y confiada de que todo sale.
A gastarme el dinero que no tengo, a embriagarme en los abrazos de los maridos de otras, a destrozar mis pies, y a creerme que el baile me salva una vez más. Ese embeleso, que por sí mismo no cura nada. Hoy solo me deja en un mismo punto embelesada, pero necesito y quiero su embeleso.
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