miércoles, 30 de junio de 2010
Niña duende, imaginaste tantas veces la física cuántica de los imposibles. Mirabas de afuera, como esas cosas que nunca se alcanzan, la ñata contra el vidreo... y un día cualquiera acontece. Sin sonar de trompetas, ni alardes, sin metáforas, sin aviso ni sorpresa, en pura calma. ¡Y así me place!
Ahora bien, me pediste ser tu abrazo, como quien pide cruzar la calle; acaso no sospechaste nunca, insensato, que para mí no hay funciones logarítmicas, que tiendo a sublevarme, a exaltarme en el más leve pesateñeo. ¡Dame pastillas para no soñar! Te perdono porque en el fondo sé que me eligiste, hace más de lo que crees, aunque no te atreves a gritar, y es que no te gustan los gritos.
Me dí a tus brazos con todo mi cariño. Entregada en la calma, así solo existiera la calma en ese nido de mieles. Miel que brotó hasta derramarse, como sueños tirados al piso. Pero paremos la masturbación escrita, quedemonos aquí. No quiero expectativas. Duelen.
Siempre resulta más dulce un Casi, las salamandras bien lo saben.
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