jueves, 11 de febrero de 2010

Rimbaud con 10 años




¿Por qué -decía entre mí- aprender griego, latín? No lo sé. ¡Después de todo, no hacen falta para nada! ¡Qué me importa aprobar! ¿De qué sirve aprobar? De nada, ¿o no es verdad? Si, con todo, se me dice que no tendré un puesto si no apruebo, responderé que no quiero tal puesto; yo seré rentista. Pero en caso de que lo quisiera, ¿para qué aprender latín?; nadie habla tal lengua. En ocasiones veo alguna frase en el periódico, pero -dios mediante- yo no seré periodista.



¿Por qué aprender historia y geografía? Bien es cierto que uno necesita saber que París está en Francia, pero uno no pregunta en qué grado de latitud. En cuanto a la historia... Aprenderse la vida de Chinaldon, Nabopolassar, Dario, Ciro, Alejandro y de todos sus otros compadres, reconocibles por sus diabólicos nombres, ¡es un suplicio!


¿Qué mi importa a mí que Alejandro fuese célebre? Qué me importa... ¿Cómo saber si los latinos de verdad existieron? Tal vez su lengua sea inventada; y aun si hubieran existido, ¡que a mí me dejen de rentista y se guarden su lengua para ellos! ¿Qué mal he hecho yo para que me endilguen semejante suplicio?


Pasemos al griego... esta sucia lengua no la habla nadie, ¡nadie en el mundo! ¡Ah, caramba de las carambolas! ¡Leche, yo seré rentista! Ningún bien hace desgastarse los calzones sobre un pupitre... ¡Caramba carambanera!


Y encima os conceden bofetadas por recompensa, os llaman animales -lo cual no es cierto-, medio hombres, etc.


¡Ah, la leche merengada! La continuación próximamente.


*Arthur Rimbaud, alumno del Instituto Rossat (Charleville), 10 años.

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